Els germans Castanyer, Josep i Angelí, fundadors del Partit Valencianista d’Esquerra del qual Josep en fou president i els dos germans els seus representants a l’exili. partiren d’Alacant el 1939 amb el darrer vaixell que va sortir rumb a Orà, l’Estanbrook. Desprès d’ uns mesos del vaixell en quarantena al port argelià , Josep anà a parar a un camp de concentració en ple desert amb d’altres refugiats a contruir el transiberià d’Orà a Bouarfa. Angelí, acollit en una família d’orígen valencià,en va poder escapar.
Sabem les circumstancies en que Angelí Castanyer va pronunciar a seva conferència HOMENAJE A FEDERICO GARCÍA LORCA, gràcies a un paràgraf d’un fragment de carta de Josep. A la carta li falta la primera pàgina i es desconeix el seu destinatari, tampoc carta porta data. Tot apunta que l’acte va poder tenir lloc desprès del desembarcament dels aliats el 1943 i més probablement cap al final de la guerra, entre l’alliberament de París en agost de 1944 i la capitulació alemanya el 8 de maig de 1945.
EscriuJosep:
Recientemente se ha constituido un grupo cultural y de aproximación franco española, con el titulo de Cercle Garcia Lorca en cuyos organismos directores intervienen las más relevantes personalidades francesas y españolas. En el acto inaugural de la sección de Oran, celebrado el domingo ultimo, fue encargado del discurso de presentación mi hermano Angelino y ha sido tal el acierto y el éxito obtenido, que se ha tomado el acuerdo de editar el discurso. Ínterin, me permito señalarte el hecho de que para inaugurar el círculo y para rendir homenaje a García Lorca, haya sido encargado un valencianista… (…)”.
Per aquestes circumstàncies i per la presència de “les més rellevants personalitats franceses i espanyoles republicanes, el conferenciant, oblidant-se del tractament rebut per part de les autoritats colonials franceses a aleshores en plens acords de Munich amb Hitler, celebra el país d’acolliment, retrata en castellà davant aquell auditori franco-espanyol, l’Espanya de sempre “esta España abandonada siempre de sus próceres y señores” i eleva a través Garcia Lorca un cant al poble espanyol i als seus poetes “pueblo español; solo, colosalmente solo, con su orgullo, con su honor, tu recuerdo”.
Tanmateix, no deixa d’aprofitar l’ocasió per marcar el que el seoara, per dir qui és i què representa. Ho fa amb aquests termes:
“Quien os habla ahora no es un poeta hermano de Federico, de ese recorte sublime, jirón señero de todas las Españas. Quien os habla ahora es justamente algo, no ya distinto, sino simplemente distante del alma de García Lorca. Es una voz humilde de la otra orilla del mar Mediterráneo, allí donde la lengua de Mistral encontrara ecos espontáneos de amor y comprensión; un escritor de lengua valenciana o catalana; un hijo de aquellos felibres del Languedoc que en Valencia y Cataluña hallaron siempre aquellas calidas resonancias del Gai Saver; (…) es desde este punto crucial en donde Francia y España pueden darse perennemente su cita amable y discreta, cordial y comprensiva, desde donde yo contemplo, desapasionado y libre, el pensamiento gemelo, el corazón hermano, el “alma Mater” de Federico García Lorca (…)”
I l’altre aspecte que cal destacar d’aquesta conferècia davant d’exiliats és l’existència de “Las Españas”, i el respecte i el coneiximent que té un nacionalista valencià de la part positiva espanyola, que, com a poeta que és, resulta ser la literària, al mateix temps que el seu rebuig total als dimonis de l’Espanya de sempre que acaba sempre devorant els seus fills.
HOMENAJE A FEDERICO GARCÍA LORCA, EN ORAN
Debo hoy hablaros de Federico García Lorca, del mejor poeta español de nuestros tiempos, del español que resume la expresión más limpia, más alta y más honda del alma española en todos sus aspectos, en todas sus facetas más puras y raciales. Nuestra emoción es fácil de comprender. Es la emoción de España, de la España que vive y muere cada día y lleva siempre en alto su alto pendón de universalidad; la España que quiere vivir y que no ha de morir jamás aunque cada generación de españoles jóvenes tenga que verse obligada a alimentar con sus tumbas prematuras con su muerte violenta e injusta, la vida de los demás. Que este parce ser el destino al que han querido lanzar-le espíritus mezquinos de todos los tiempos y de todas las latitudes y –y, más que de otras, ay, de las latitudes más íntimas y entrañables: de aquellas que esconden su nido, extraño nido de odios y malaventuras, nido sucio y podrido de aves de rapiña- en el mismo corazón martirizado de esta roca inabatible que se llama España; noble y primitiva, firme y generosa, en donde un pueblo de hombres honestos, de ciudadanos dignos y de trabajadores honrados, gime y se alza a toda hora, a toda hora, en la hora “H” de cada batalla universal, por tal de reivindicar el premio que merece: el derecho a su propio nido, a un nido más cálido y riente, un nido de paz y bienestar, abierto graciosamente hacia horizontes de luz, valientemente prendido entre las ramas frescas y olorosas de la dignidad y de la libertad.
Vamos a hablaros de García Lorca; de nuestro poeta, de nuestro hombre; pero antes, permitidme que os hable un poco de nosotros mismos. Ya sé que es una incorrección imperdonable; os pido mil excusas. Pero lo hago precisamente porque mis juicios han de aparecer así más justos, más sinceros; que si algo nos es hoy exigido por encima de todo, es eso: la sinceridad, sinónimo siempre, a la larga, de justicia y de razón.
Quien os habla ahora no es un poeta hermano de Federico, de ese recorte sublime, jirón señero de todas las Españas. Quien os habla ahora es justamente algo, no ya distinto, sino simplemente distante del alma de García Lorca. Es una voz humilde de la otra orilla del mar Mediterráneo, allí donde la lengua de Mistral encontrara ecos espontáneos de amor y comprensión; un escritor de lengua valenciana o catalana; un hijo de aquellos felibres del Languedoc que en Valencia y Cataluña hallaron siempre aquellas calidas resonancias del Gai Saver;tierra prodiga y fácil en donde gravita infaliblemente el aire generoso del medio día francés y en donde determinadas opulencias vulgares nos permiten percibir con cierta serenidad anímica la inmensa tragedia moral de todo el pueblo español. Es desde la otra orilla del mar Mediterráneo, desde esa orilla que Cataluña abruma de olores industriales y que València embalsama de aromas huertanos y que Mallorca preside como una diosa vestida de inmensidades azules, es desde este punto crucial en donde Francia y España pueden darse perennemente su cita amable y discreta, cordial y comprensiva, desde donde yo contemplo, desapasionado y libre, el pensamiento gemelo, el corazón hermano, el “alma Mater” de Federico García Lorca, poeta español, y como español y como poeta, eterno y universal.
Y no es por una banalidad ocasional que hemos querido manifestarnos así; es que hay algo profundo, fundamental, y por profundo y fundamental, imperativo, a todos los españoles que en tierra extranjera nos encontramos, y tanto más cuando esta tierra ha sabido ofrecernos, no ya hospitalidad, sino amor; y es el deber de explicar a aquellos extranjeros que nos aman, que quieren comprendernos, en qué consiste ese sentido arrebatador del alma española torrencial y eruptivo, cuyo poder de expresión, lo mismo en fuerza universal que en hispanidad, llega siempre a la cumbre de lo imaginable. Y es esto, esto tan sencillo y concreto: que España, estando formada, integrada más bien, de elementos substanciales dispares, unos y unidos, cuando produce un genio no puede ser más que un genio complejo y substancial, total y autentico, algo raro y milagroso. Este es el caso, por ejemplo, de Cervantes, en cuyo Quijote se produce el mayor milagro de la literatura del mundo: la máxima intensidad local, regional, unida a la más horadante indagación en el alma universal. Y este es el caso de Federico García Lorca, alma andaluza, substancial, fundamentalmente andaluza, soñadora y apasionada, jugosa y riente, que solo al contemplarse a si misma desde su Granada fina y tamizada, ansiosa de continentes, sedienta de mar, pudo legarnos a todos los españoles una visión real y positiva del alma española, de esa alma española una y varia, variable y única.
Alguien ha dicho que solo es artista el que vive su época y sabe reflejarla a través de su espíritu con claridad espontánea, con sinceridad autentica; pero debe ser cierto también que un artista no puede llegar a manifestar-se realmente autentico en tanto que no logre a entresacar de las inquietudes populares –de sus alegrías sencillas, de sus dolores profundos, de sus ideales más densos- la esencia, la forma y el ritmo de sus creaciones. Pensar alto, sentir hondo, y hablar claro, he aquí, según Menéndez y Pelayo, las normas obligadas, típicas, del arte popular, de la sabiduría popular. Y sin embargo, no encontraríamos un genio que, para llegar a las cumbres de la consagración, haya tenido que salirse un palmo más allá de estas leyes tan simples, tan universales, del Arte y de la Belleza. Gran cosa es que un artista, que un poeta, salido de las aulas universitarias, rompa valientemente con la sociedad que le rodea y se lance en la inmensa riada, turbulenta y mansa a la vez, llena de armonías sonoras y de ruidos ensordecedores, radiantes de luces y acaparada de tinieblas, del pueblo, de ese pueblo que canta cuando siente, que siente cuando canta, que solo llega a dar por vivido lo que ha sido capaz de percibir en melodías y ritmos de risas y de llantos: Federico García Lorca, es este artista autentico que el pueblo reclama como suyo y que la banalidad estéril de las almas vulgares han de considerar, no ya como extraño ignorado, sino más bien como odioso enemigo.
Federico había captado sus vocaciones líricas en aquellas aguas puras de poesía culta, selecta, elevada, pero sana y renovadora, que alumbraron a los comienzos de nuestro siglo Rubén Darío, los Machado y Juan Ramón Jiménez; pero le faltó tiempo para lanzarse en la alegre corriente y buscar las fuentes propias de su inspiración hasta llegar al manantial de donde aquellas aguas habían surgido; llegó nada menos que al pueblo; encontró a su pueblo; su pueblo de gitanos alegres y taciturnos, de madrecitas jóvenes y desgreñadas, de niños hambrientos y sonrientes, de hogares sin nido, de nidos sin hogar… Pero quien no conoce España, un gitano cualquiera no puede ser más que un español cualquiera. Para quien conoce profundamente los españoles –no es cosa fácil esto ni para ellos mismos- un español no puede sentirse auténticamente español más que cuando es capaz de comprender… y comprender a los gitanos; esos gitanos legítimos que ya casi no existen pero que han sabido dejarnos un extraño y doloroso sentido de la libertad; sentido de la libertad que es lucha perpetua por la legitimidad arrebatada; que es derecho… al margen de la ley; que es vida… al borde de la muerte; libertad amasada de aires y de luces y de aromas, hecha de infinitos, profunda y trágica, como todo lo que, por ser realmente humano, tiene que tener un sentido verdaderamente, auténticamente universal.
Y eso es lo que García Lorca llega a representar en la poesía española: lo que por ser auténticamente español, queda como preciosa reserva inagotable para el tesoro renovador de la civilización ambiental de la recreación universal. Tanto es así, que cuando queremos hablar de él, de sus poesías, de sus obras, su recuerdo, con ser tan cercano, con ir tan lleno de nuestra propia tragedia, se nos escapa, nos huye, para adentrarse profundamente en los trascendentales antecedentes de nuestra historia lírica y dramática. Y no puede hablarse de Federico García Lorca sin que la figura cumbre de Lope de Vega se nos aparezca con radiante e inaudita actualidad. Aquel poeta culto del siglo XVII, cuyos hábitos merecieron ser besados con respetuoso agradecimiento por las gentes del pueblo, no es extraño, ni mucho menos, a este gran poeta popular, juglar empedernido, romancero gitano y gitano romancero, cuya vida física ha merecido ser arrebatada en flor, con criminal cinismo, por los agentes de la alta sociedad inútil, por los enemigos de la Verdad y de la Belleza, por los enemigos de la Libertad.
Cuando Luís de Góngora lanza la consigna de la poesía pura y abstracta, adelantándose en tres siglos a las consignas contemporáneas de deshumanización del arte o superrealismo, Lope de Vega cumple su propia consigna de lanzarse él mismo en viril descubierta hacia los repliegues más recónditos del alma popular; bebe en el caudal inagotable de su folklore, de sus consuetudes, impregna de arte exquisito el sentido moral de todas las clases sociales; en una palabra, hace de su obra artística no un trabajo recreativo, sino recreador, una función de hispanidad; hasta tal punto, que aun cuando quiere manifestarse como poeta culto
De mis soledades voy
a mis soledades vengo;
que para andar conmigo
me bastan mis pensamientos
no puede escamotear esa pasión cordial, esa calor humana que le viene de su amor al pueblo, de las emociones y las amenazas de él llegadas y con él compartidas.
Sí; hay algo que une irremediablemente los nombres serenos de Lope de Vega y de García Lorca. Lope de Vega fue el milagro popular que pudo encubrir y obstruir todo síntoma decadente del alma lírica española en ese largo periodo que va de nuestro siglo de oro hasta la nueva generación renacentista que en verdad solo llega a percibirse con vigor definitivo en nuestra época con la aparición de García Lorca, y, con él, de Alberti, Bergamin, Alejandro Casona, Cernuda y tantos jóvenes maestros que han asegurado ya, para mucho tiempo, la tradición vital del alma lírica española.
Es así que podríamos llegar a una conclusión ciertamente paradoxal: la que siendo García Lorca uno de los poetas más revolucionarios de nuestra época, es también y tal vez por idénticos motivos, el más clásico, el más permanente, el de más honda enjundia fundamentalmente española: ¿Por qué? Porque, porque siendo el menos racionalista y discursivo, o sea el punto equidistante más lejano de una mentalidad medioeval, es el más apasionado, el más sensitivo, o sea, el punto equidistante más lejos de un revolucionario de hoy. Si tuviéramos derecho a establecer parangón con otro de nuestros valores contemporáneos más fuertes, habríamos de referirnos a Rafael Alberti, el poeta que más se le parece, y compararíamos a este con Góngora y a García Lorca con Lope de Vega: Ambos quedarían a igual altura quizás, pero los campos quedarían bien establecidos. Y ya en otro orden de ideas llegaríamos a decir, por ejemplo, que Alberti es un corazón que se ha subido al cerebro y se ha llenado de nobles y certeras inquietudes populares, mientras que García Lorca es un cerebro alocado que ha sabido descender al corazón y llenarse de amor hacia el pueblo. ¿Quién podría tener razón? Insensato quién tratara de establecer una razón positiva entre dos sublimidades. Alberti es capaz nada menos que de besar los hábitos haraposos de las gentes del pueblo, mientras García Lorca, como Lope de Vega, llega a hacerse digno de que las gentes del pueblo se afanen por besar sus sencillos hábitos de cancionero inquieto y trashumante. Alberti escudriña el universo con esa mirada fría de intelectual revolucionario, con esa parcialidad combatiente, esa noble actitud de escritor beligerante que ha sido siempre testimonio inequívoco del talento y de la moral de un artista. Pero García Lorca es el corazón sencillo, el alma ingenua que se lanza alegremente a contemplar e inquirir las cosas pequeñas e inmediatas, aparentemente superficiales, para acabar desembocando en poemas de una densidad, de una extensión y de una hondura realmente paradójica y exorbitante. Es el alma gentil que al asomarse gozosa, llena de sana frescura creadora, a las mil ventanas camperas de la vida, no encuentra más que infinitos abismales, continentes inmensos, motivos y esencias de universalidad eterna y presente. Y es por eso sin duda que García Lorca es y tiene que ser para nuestra generación literaria, no ya solo el más revolucionario de los poetas populares, sino el mas popular de los poetas revolucionarios, a pesar de ser , o quizás por ser-lo, el mejor estilista, el más fino y el más ingenioso, el que se encuentra más dentro de si mismo para darle todo a los demás: su emoción cantarina, su palabra abundante, su risa pletórica, su golosa imaginación, su inextinguible actividad, su gran sabiduría, siempre abismada i latente, pero siempre activa y vigilante.
No ha de sernos nada difícil recomponer en unas pocas cuartillas todo el proceso de formación de nuestro poeta. Podríamos dividirlo en tres etapas bien definidas: la primera que alcanza hasta el año 1920, un año después de su llegada a Madrid, y que corresponde al periodo estrictamente de gestación del hombre y del artista. De esta primera época, casi lo que en su personalidad se acusa con vigores únicos ya en aquel entonces es lo en que podríamos llamar su incontestable exuberancia de realidades futuras. Lo que menos li interesa a aquel poeta infantil e inédito es justamente eso: publicar i dejar de ser niño. Él acude a las peñas literarias sin vanas preocupaciones pero movido de una sola obsesión: la de descubrirse a si mismo y descubrirse ante los demás; la de romper con tradiciones anquilosadas y estériles que le hubieran hecho más fácil el camino, a él, que tiene el alma empapada de regustos clásicos y que comprende mejor que nadie a los grandes maestros de la literatura española. Desde la Residencia de Estudiantes madrileña, en donde llega a ser, a poco más de sus veinte años, el centro vital de las inquietudes artísticas de la época; desde las peñas literarias y los camerinos teatrales; sin haber publicado un solo libro de versos, sin haber librado una sola batalla, solo con haber puesto al descubierto su alma limpia y ansiosa de horizontes nuevos, García Lorca queda convertido espontáneamente, como por arte de encantamiento, en el mejor poeta, en el poeta más representativo de su generación. Como Alfredo de Musset, García Lorca no se atreve a publicar sus versos por temor a tener que verse él mismo impulsado a ordenar su inmediata destrucción; pero los lee en privado y hace representar en privado sus incipientes producciones teatrales de tono primitivo y popular. Se acerca a Falla, el maestro hermano en la obsesión de un arte nuevo y descubre en el conocimiento del arte musical el gran resorte de ese cúmulo de concepciones sanas y vitales que han de conducirlo automáticamente a sus propias fuentes de expansión y recreación.
Resumen de esta primera etapa es el “Libro de poemas” publicado en 1921, selección rigurosa de toda su labor poética anterior y que se nos ofrece como un verdadero mosaico de influencias, de sus tanteos e inquietudes, de sus predisposiciones de gusto y asimilación. Allí le vemos aparecer simultáneamente del brazo de Rubén Darío y de Juan Ramón Jiménez, de Salvador Rueda y… de todo el romancero español, sin desdeñar ciertas influencias verlenianas, como es obligado en todo poeta joven, de temperamento sensual y empapado de esa irónica filosofía tormentosa del escéptico que en lo que menos cree es en su escepticismo.
Con la aparición de “Canciones” en 1927 y “El poema del Cante Jondo” publicado en 1931 pero escrito diez años antes, García Lorca ha confirmado con creces todas las esperanzas que en él tenia puestas la intelectualidad española. La amistad e identificación de García Lorca con Falla llega a hacerse absoluta, tan absoluta como es la similitud de temperamento y de concepción artística. La poesía andaluza de entronque popular que había de caracterizar toda la obra de García Lorca, encuentra en los motivos musicales de Falla el aliento resonador que le revela y confirma todo el complejo moral, sensitivo y hasta metafísico de su obra. El alma ingenua, conscientemente ingenua, de Lorca, llega a combinar lo típico y lo popular, lo sentimental i lo imaginado, con tal elegancia y hondura de concepto, con tal sabiduría y fidelidad a un tiempo, que, como en el caso de Lope de Vega, no llega uno a descubrir qué es lo realmente folklórico y qué lo inventado, en donde empiezan y acaban el poeta culto y el cancionero popular: Tanto es así, que a partir de entonces, el pueblo toma como creaciones propias las composiciones de su cancionero y García Lorca no tiene más que asomarse a si mismo cada vez que tiene que interpretar a ese su pueblo de almas infantiles pero atormentadas, de pasiones puras pero atormentadas, de ideales sanos pero atormentados… Es toda el alma de Andalucía que canta ya por lo hondo, des de si misma, através de un espíritu claro y de una alma rica, pero todavía embarullada con sus propias reacciones juveniles. En el alma de García Lorca pesa demasiado aun inmediatamente las emociones reales para que sus producciones alcancen ese tono elegiaco que es toda la poesía lírica por excelencia. Le hace falta un poco de mundo exterior que le sature y confirme en sus convicciones más íntimas. Y en efecto, nuestro poeta se convierte en conferenciante y en el “Lyceum Club” de Madrid nos habla nada menos que de “Imaginación, inspiración y evasión de la poesía”. El mismo año, en 1929, hace su primer viaje a America. Su presencia allí fue una verdadera revelación de España; pero la ciudad del dollar no lo es menos para el alma de García Lorca y le inspira una serie de poemas cuyo tema obsesionante son la miseria y la crueldad de la naturaleza sometida a la maquina y el reino de lo económico destruyendo todos los valores humanos. Llega a Cuba, y la emoción del trópico lleva a su espíritu convulsivo ese ritmo afro-hispano que incorpora alegremente a su arte. Y es en este fecundo periodo de su vida que hace su aparición esa joya de la literatura española titulada “El Romancero Gitano”, en donde cada poema ofrece una valoración propia e idónea con el conjunto de la obra, obra maestra, maestra de inspiración, de concepto, de forma, de pujanza lírica y filosófica, de plenitud literaria. 1931. Proclamación de la República Española: El Gobierno le encarga la dirección de “La Barraca”, que lleva a los más agrestes rincones españoles las obras más típicas del teatro clásico. Estrena con clamoroso éxito “Bodas de Sangre”. 1933-34: viaje a la República Argentina y el Uruguay: Conferencias. Vuelta a España y estrena, con éxito apoteósico “Yerma”, la obra lírico-dramática que consagra definitivamente al autor y marca el principio de un nuevo teatro clásico, un nuevo teatro que, como la poesía, representa nada menos que el punto de enlace viril entre las obras maestras del teatro clásico y ese nuevo sentido de la más pura raigambre nacional que, arrancando de las mismas esencias populares, resume la hora española en su más auténtica proyección universal.
Y es así que otra vez el milagro se produce; el milagro popular que salva a España; esta España abandonada siempre de sus próceres y señores y que encuentra siempre su propia alma en el alma pura de un español purificado; su alma lírica, su espíritu valiente que afronta el ridículo y el miedo, esos dos espantajos más fieros para un español que la muerte misma; el virtuoso ejemplar, el misionero fanático que busca en las entrañas populares, en ese mundo encadenado de espíritus libres, en ese mar inmenso de la honrada miseria en donde el alma se nutre de dolores auténticos –dolor de pasiones limpias, dolor de trabajo honesto, dolor de ideales puros, de religión verdadera, del temor de Dios que temor a lo inmoral e injusto…l No, España no puede encontrar eso que llama el hombre providencial cuando los hombres providenciales quieren hundirla en el fangal inmundo de un egoísmo domestico y rutinario: ese hombre que ha de conducir ejércitos sumisos y ha de intentar sumir en silencios de muerte todos los ámbitos nacionales. España no encuentra, no quiere encontrar su hombre; pero España encuentra siempre su alma elegida que la sazona y renueva: el alma pregonera de su pueblo, el espíritu claro y sencillo que canta y llora pero que sufre y ama; ese espíritu alto que llega a las nubes pero que viene del fondo mismo de la tierra, mezclada de sudores eternos, saltando envuelta de poesía y amor, oliendo a tomillo y sabiendo a canela, soñando a verdad y alumbrando el regalo perenne de sus propias luces imperecederas. Esa, esa es el alma de Cervantes y de Calderón, de Larra y de Ganivet, de Joaquín Costa y de Pérez Galdós, de Antonio Machado y de Manuel Azaña, espíritus selectos, inteligencias claras, almas fuertes que en la España de Reyes y Caudillos han de purgar el pecado inmenso de ser más fuertes y más altos, como españoles, que los Caudillos y los Reyes. Ese es el alma de García Lorca, que por cantar la verdad y por amar la Belleza, por haber sabido percibir y reflejar como ningún otro poeta de su generación las virtudes excelsas de la patria con la excelsitud virtual de la patria misma, de su pueblo, uno y unido, grande y libre, ha merecido el honor –trágico honor español- de ser asesinado impunemente por las hordas rebeldes cuando aun su talento no había hecho más que empezar a proyectarse sobre un campo vastísimo de realidades gloriosas. Escuchémosle, escuchémosle en uno de sus más bellos poemas:
Cortaron tres árboles:
Eran tres.
(Vino el día con sus hachas)
Eran dos.
(Alas rastreras de plata)
Era uno.
Era ninguno.
(Se quedó desnuda el agua).
Sí, se quedó desnuda el agua: Se quedó desnuda la patria a los golpes rastreros de las hachas de plata: Eras uno, tu, García Lorca, uno de los que daban sombra generosa a nuestro solar patrio, uno de esos rebeldes inabatibles del campo español, que ya no pueden morir cuando su recuerdo, su obra, será para siempre la presencia de España, la presencia del pueblo español, esta tragedia de todos los pueblos contra todos los tiranos; en esta charca inmensa que, al quedar desnuda, ya no puede reflejar más que el cielo, el infinito, la verdad, dulce y serena, limpia y sonriente, como tu poesía, como tu inteligencia, como tu alma. No, no has muerto para nosotros, auque en maravilloso ritmo de presagio nos hayas querido anunciar el fin de tu vida f… (feliz ?) en aquél magnífico poema de las Soledades:
En ti dejo olvidada
La frenética lluvia de mis venas,
Mi cintura cuajada:
Y rompiendo cadenas,
Rosa débil seré por las arenas.
No, no has muerto en nosotros ni en ti mismo, porque tú mismo nos lo …tes:
Coros de siemprevivas
Giran locos pidiendo eternidades:
Sus señas expresivas,
Hieren las dos mitades
Del mapa que rezume soledades…
¿Y es por esto que un día escribiste en honor de Fray Luís de León, que has merecido el honor altísimo de una muerte gloriosa? Pues bien García Lorca: entre esas dos mitades del mapa que rezuma soledades, pueblo español; solo, colosalmente solo, con su orgullo, con su honor, tu recuerdo; porqué…
Sus ojos en las umbrías
se empañan de inmensa noche.
En los recodos del aire
Cruje la aurora salobre…
Angelí Castanyer i Fons